Minorías sexuales y trata de personas en Guinea Ecuatorial. Por Trifonia Melibea. Fronterad

Trifonia Melibea Obono

Conmemoración del Día Internacional de lucha contra la LGTBIQ+ fobia

Los instrumentos jurídicos que utilizan los poderes públicos de la República de Guinea Ecuatorial para luchar contra la trata de personas con fines de explotación sexual y laboral son tres. El Protocolo de Parlemo —herramienta internacional creada para prevenir, combatir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres, niñas y niños, que complementa la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Trasnacional—; la Ley Sobre el Tráfico Ilícito de Migrantes y la Trata de Personas; y el Plan Nacional de Acción para la Prevención y Lucha contra la Trata de personas (2019-2021).

El Protocolo de Parlemo define en su artículo tercero la trata de personas como la «captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación. Esa explotación incluirá, como mínimo, la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos».

Hoy, 17 de mayo, se conmemora el Día Internacional de Lucha contra la LGTBIQ+ fobia. El término, que sustituye al de Día Internacional contra la Homofobia, nace de la necesidad de incluir en una misma palabra todas las tendencias discriminatorias que tienen lugar en la actualidad debido al crecimiento de la visibilidad homosexual y su correspondiente rechazo. El término «homofobia» denuncia la homofobia que sufren los hombres gais, pero son muchos los colectivos que sufren discriminación dentro de la diversidad sexual y de géneros. Por esta razón se ha institucionalizado el término LGTBIQ+ fobia, una manera de trabajar contra la intolerancia, la discriminación y rechazo a lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, etc., por razones de orientación sexual o identidad de género.

El trabajo Homofobia de Estado. Encuesta sobre Trata de Personas con fines de Explotación Sexual y Laboral en la República de Guinea Ecuatorial: el caso de las Minorías Sexuales, se publicará en breve, acompañado de otro texto periodístico. Este artículo, no obstante, se enfoca en tres puntos: relacionar la trata de personas con fines de explotación sexual y laboral que afecta a las personas LGTBIQ+, identificar el abandono de los poderes públicos y de la sociedad a las familias con descendencia homosexual, y relacionar estos problemas sociales con la homofobia de Estado, centrada en el incumplimiento por parte de los poderes públicos respecto a los deberes de prevenir y sancionar la homofobia en todas sus manifestaciones.

Las familias desconocen que la Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales en el año 1990.

La institución pública más frecuentada por las personas LGTBIQ+ guineoecuatorianas es la policía. No es la escuela. No es la Oficina Nacional de Empleo. No son los hospitales. Entonces la pregunta anexa es ¿por qué las comisarías de policía sí? La respuesta radica en la institucionalización de las fuerzas armadas y cuerpos de seguridad del Estado como poder público indispensable —con ayuda de la Iglesia católica y las tradiciones étnicas ancestrales—en la legitimación de los poderes públicos, más la normalización de las comisarías de policía como entidades encargadas de ayudar a las familias en la educación de sus descendientes a través de la violencia física y psicológica.

Una persona LGTBIQ+ guineoecuatoriana termina en una comisaría de policía simplemente por ser disidente sexual; si la identidad de género socialmente asignada no corresponde con su comportamiento amanerado y cualquier ciudadano lo denuncia; si el vecindario denuncia en la comunidad de vecinos o instituciones relacionadas con el Partido Democrático de Guinea Ecuatorial su condición sexual; si se introduce en una pelea teniendo o no la razón; si circula por la calle y una patrulla de policía lo detiene; si un viandante se lo encuentra y avisa a la policía; si un problema creado en la calle —su lugar de residencia por antonomasia— le conduce a un proceso judicial, por lo que la familia, habiéndolo abandonado o no, se entusiasma y no aparece para liberarlo, porque la cárcel se considera institución de escarmiento para las personas díscolas.

Las familias, cuando descubren que sus descendientes son LGTBIQ+, toman decisiones. La primera, relacionada con la trata de personas, es el encierro en los hogares y casas de curación y la servidumbre. En Guinea Ecuatorial las familias son muy duras con las personas homosexuales porque el entorno es implacable no solo con las personas LGTBIQ+, también con sus familias, y por esta razón, resulta imprescindible analizar la homofobia cultural arraigada en las tradiciones étnicas del país y vigente hasta hoy, pero instituida antes de que llegara la colonización española a tierras guineoecuatorianas. Este enlace corresponde a un artículo que recoge las descripciones de los nombres asignadas a las personas LGTBIQ+ en cada grupo étnico.

La homosexualidad en las etnias guineoecuatorianas —ambo, bisio, bubi, fernandina, fang, ndowé, más otros grupos humanos que conforman el país—, se define de muchas maneras: enfermedad, virus contagioso, posesión de espíritus malignos o diabólicos, brujería, mala educación, etc. Un o una descendiente homosexual representa fracaso familiar y del clan, dos instituciones encargadas de transmitir carisma, decencia, salud, bondad, alegría y, sobre todo, educación recatada y reputación positiva.

En las tradiciones étnicas guineanas las personas LGTBIQ+ no son consideradas personas, no les llaman por sus nombres, ni en público ni en privado. Carecen del derecho a una identidad cultural: un apellido que les integra en una familia. Disfrutan de nombres que determinan su exclusión, castigo, obligada transformación a la heteronormatividad, inexistencia y puro sexo, tratándose de grupos humanos que hasta hoy conservan la sexualidad como tabú.

En el mundo espiritual guineoecuatoriano, una persona normal disfruta de un espíritu al nacer. Es el espíritu del bien. Es el espíritu que lo protege. Es el espíritu que Dios —no el dios blanco—le otorga para que en la sociedad se dedique a hacer el bien. Por lo tanto, una persona LGTBIQ+ no encaja porque está definida como dos espíritus en un solo cuerpo, dos géneros —masculino y femenino— en un solo cuerpo, hombre y varón en un solo cuerpo, transformaciones de un género a otro, adquisiciones del pene en la noche y reposición de la vagina al amanecer —es el caso del mito de la homosexualidad femenina—, etc. Son personas que significan anormalidad, no de nacimiento, sino de costumbres y de carácter brujeril.

A estas tradiciones se suman los ritos de integración familiar y del clan que se realizan en la infancia. Los niños, nacidos para ejercer el poder, se someten a prácticas que les visten de autoridad, incluida la circuncisión, por lo que el pene, en grupos étnicos como el fang, determinan la masculinidad. El falo está destinado a poblar el clan a través de diversas mujeres. Los cuerpos de las mujeres en la misma etnia representan impureza y los ritos de iniciación reservados para ellas están conectados con la servidumbre.

Un hombre, una mujer de Guinea Ecuatorial que no se reproduce, está catalogado/a como desgraciado/a y desperdicio para las familias y los clanes. No ejercen las labores —reproducirse y mantenerse en el tiempo a través de la genealogía familiar y clánica— asignados al nacer. Cuando son personas heterosexuales se comprende que por razones de salud han incumplido los deberes comunitarios, al menos mantienen relaciones sexuales con personas del sexo y género contrarios. Sin embargo, las personas LGTBIQ+ no están enfermas de nacimiento. Por razones de disidencia sexual violan las normas fundamentales de género: el ejercicio de los roles asignados al nacer. Los castigos que reciben son tan severos como consentidos por la comunidad.

En las tradiciones étnicas de Guinea Ecuatorial la homosexualidad constituye un mal personal, familiar, y comunitario. El libro Mitos sobre la homosexualidad en Guinea Ecuatorial del escritor Gonzalo Abaha, pendiente de publicación, revelará muchas dudas al respecto.

Y como este articulo está basado en el informe pendiente de publicación, cuyo contenido está enfocado en la trata de personas, resulta revelador que las familias, sustentadas en ideas ancestrales, constituyen el primer sostén de la trata de personas con fines de explotación sexual y laboral que afecta a las personas homosexuales. Les corresponde curar a toda costa a las personas homosexuales o en su caso, abandonarlas, con el fin de que no sean identificadas como parte de un mal que alcanza a toda una comunidad.

Las familias heterosexuales aíslan a las familias con descendencia homosexual. La infancia de las familias con hijos o hijas homosexuales tiene las puertas cerradas del vecindario para jugar con sus semejantes, realizar ejercicios del colegio en grupo, compartir compañía como asistir a la catequesis o al culto, compartir espacios de ocio de la localidad como el campo de fútbol, etc. El origen del aislamiento es el miedo al contagio de la homosexualidad. Y el contagio se puede producir no solo en la niñez. Casarse en una familia con descendiente homosexual puede ser contraproducente. Son familias sin estructura, sin buena educación, embrujadas, se sostiene. En los matrimonios, conmemoraciones importantes, fiestas organizadas por el nacimiento de un bebé, apenas se les invita. El contagio puede ser inminente.

Sin embargo, en la curación de la homosexualidad de sus descendientes las familias fracasan. Y fracasan porque la homosexualidad no es una enfermedad. Fracasan en la recuperación del status que disfrutaron antes de que el entorno se informara de que en su seno existe la vergüenza, una persona LGTBIQ+. Fracasan los matrimonios, los esposos abandonan a las esposas porque la descendencia homosexual es culpa de ellas, se forma en los vientres de las mujeres. Las mujeres son además las depositarias de la tradición en Guinea Ecuatorial, se encargan de trasmitirla a través de la educación. Las personas homosexuales, para las tradiciones del país, son maleducadas. Y han sido maleducadas por sus madres, no por sus padres.

Las familias fracasan por falta de información. La Organización Mundial de la Salud (OMS) eliminó la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales en el año 1990 y los gobiernos, desde entonces, protegen a las minorías sexuales a través de una legislación conciliadora destinada a desarraigar los mitos ancestrales que sustentan la homofobia en todas sus manifestaciones. Treinta dos años después, el gobierno de Guinea Ecuatorial no ha empezado.

La conservación interétnica de mitos ancestrales sobre la homosexualidad constituye el colchón que sustenta la trata de personas con fines de explotación sexual y laboral que sufre la comunidad LGTBIQ+ en Guinea Ecuatorial. No obstante, gracias a la instauración del Estado moderno en el año 1968 con el nacimiento de Guinea Ecuatorial, se introdujo la homofobia aplicada por los poderes públicos en perjuicio de las personas LGTBIQ+ mediante la Ley de Vagos y Maleantes de 15 de julio de 1954. Una norma vigente y reforzada por ley franquista 16/1970, de 4 de agosto, sobre peligrosidad y rehabilitación social, que representa la segunda reforma de la Ley de Vagos y Maleantes de la España republicana de 1933, y que se está aplicando ilegalmente, entre otras razones porque las personas con poder en el país se educaron cuando estaba en vigor.

También está pendiente de aprobación el anteproyecto de ley reguladora de la prostitución y el derecho de los homosexuales en la República de Guinea Ecuatorial, redactado hace al menos tres años y cuyo contenido draconiano pretende erradicar la personalidad jurídica[1] de las personas LGTBIQ+. A partir de este panorama social, cultural y jurídico, y con los postulados del Protocolo de Parlemo, el equipo investigador confeccionó el formulario de la encuesta.

https://afrofeminas.com/2020/06/29/malabo-conmemora-el-worldpride-2020-con-un-anteproyecto-de-ley-que-derogara-la-personalidad-juridica-de-las-personas-homosexuales/ (página web consultada el 26 de abril de 2022, a las cuatro de la madrugada).

El derecho a disfrutar de la protección familiar

(artículo quinto inciso c de la Constitución)

Los resultados del estudio responden a la pregunta de con quién viven las personas LGTBIQ+ encuestadas. El 16% reside con papá y mamá, el 22% con mamá, y solo un 3% con papá. La mayoría, cerca del 60%, optó por respuestas singulares: «Comparto alojamiento con otras personas LGTBIQ+; vivo donde me encuentra la noche; vivo solo/a; vivo con amistades».

En Guinea Ecuatorial a nadie se le ocurre reconocer en público el abandono familiar. Existir en una estructura organizada por el clan, por la familia, por el apellido, por lo que fuera, pero con relación sanguínea, representa orgullo y lo más importante: la existencia. Para los grupos étnicos del país una persona individualista no existe, y tanto, que el abandono del grupo familiar y clánico representa la muerte del individuo. Esta realidad persiste gracias a la debilidad del Estado, que no ofrece prestaciones sociales para facilitar que las personas funcionen al margen de dictámenes ancestrales de los clanes y de las familias.

Así, en los trabajos de campo, resulta muy duro para las personas LGTBIQ+ admitir el abandono familiar, por lo que muchas veces señalan opciones de respuesta contradictorias recogidas en los formularios por miedo a ser identificadas como individuos sin familia y como consecuencia, inexistentes. A lo largo del trabajo de campo se reservaron espacios de conversación productivos con las personas que admitieron residir con papá y mamá, con mamá, o con papá. Están contentas porque papá y mamá no les han echado de casa, todavía, pero apenas les preguntan ni de dónde vienen ni a dónde van.

La mayoría ha sobrevivido desfilando en instituciones de curación de la homosexualidad y confiesan no haber transitado hacia la heterosexualidad. En las familias, los hermanos mayores y menores reciben apoyo escolar, incluso para cursar estudios en las mejores universidades ubicadas fuera del país, pero ellos o ellas no. En el caso de los hombres gais y mujeres transgénero —las familias guineoecuatorianas priorizan la educación del varón en perjuicio de las mujeres—, la condición impuesta por sus parientes reside en la transformación de homosexuales a heterosexuales. A veces se come en casa y les niegan la alimentación, y si no están en el hogar por alguna razón, tampoco encuentran la reserva de comida correspondiente.

El porcentaje de personas encuestadas que reside todavía con las familias admite que comparte espacios con adolescentes de menos edad. Solo el 10% no se siente abiertamente rechazado en un país de tradición gerontocracia, entre otras razones porque esta esconde su identidad sexual y es cisgénero. En el último caso se considera que la homosexualidad se sanará, ya que el cuerpo no manifiesta amaneramiento, que se considera deformación.

Los nombres que las familias utilizan para referirse a las identidades de las personas disidentes sexuales tienen una connotación negativa, y tan solo el 4% de la muestra reconoce que en el hogar se les llama por los nombres asignados al nacer y no los de castigo, creados por las tradiciones étnicas, incluido el término esto, de uso frecuente, y que cosifica al sujeto.

Todas las personas encuestadas han vivido con tutores/as. Los tipos de castigos impuestos por las familiares como estrategias de corrección de la homosexualidad son varios, a veces se implantan de manera independiente, en otras ocasiones se aplican conjuntamente. El primer castigo es el repudio, admite el 30% que se lleva la corona, y el segundo, la reclusión en el hogar o establecimiento de curación de la homosexualidad, señaló el 90% de las personas transgénero. Cerca de la totalidad de la muestra reconoció como tercer castigo la violencia sexual, una terapia de conversión que trae como consecuencia dos problemas de Estado: La maternidad y paternidad forzadas y la descendencia no deseada y abandonada, y las enfermedades de transmisión sexual, con prevalencia del VIH/sida. Se suman a esta lista otros castigos físicos afectos a la trata de personas, a saber:

  1. Las palizas con daños físicos graves cuando no se someten a las terapias de conversión. A las palizas se suman miembros de la familia que lo desean y el vecindario.
  2. Los regaños y reclamos del dinero ofrecido por los hombres a cambio de relaciones sexuales con niñas y mujeres transgénero. Se trata de un método de corrección señalado por la mayoría de las mujeres transgénero asimiladas tradicionalmente al status de mujer. Indican que, en los casos de salida de casa sin permiso, reciben de las familias el reclamo de no haber traído dinero procedente de amantes, ya que las mujeres heterosexuales cada vez que salen del hogar, reciben propuestas sexuales y regalos de los hombres que luego benefician a la familia.
  3. La exposición del cuerpo desnudo de las personas transgénero en público. Constituye una práctica que se lleva a cabo en la adolescencia precoz y a veces tardía, cuando las personas transgénero son descubiertas con los cuerpos vestidos de ropa no adaptada a la heteronormatividad. El castigo se procesa de la siguiente manera. Los hermanos mayores y varones atrapan a la víctima y la desnudan. Sus cuerpos se exponen delante de la familia, del vecindario, del barrio. Esta práctica se lleva a cabo también en las calles por parte de personas contrarias a la disidencia sexual.
  4. La exclusión de la persona LGTBIQ+ de la familia. En Guinea Ecuatorial es habitual que para todo tipo de eventos las personas allegadas se vistan con uniformidad, que habitualmente es un modelo de popó acordado. Las personas LGTBIQ+ tienen prohibido vestirse igual para que no sean identificadas como miembros de las familias. No obstante, sí se permite su presencia en determinados espacios de servidumbre: la parte trasera de la vivienda adaptada para labores culinarias en momentos de fiesta, los lugares de servicio no abiertos al público, la cocina, el baño, etc.

Las familias, como se ha señalado, son objeto de discriminación en el país cuando en su seno existe una persona LGTBIQ+, insisten las minorías sexuales encuestadas. El 90% de la muestra indica que a sus familiares les acusan de brujería, desvergüenza, pecado, incapacidad para educar bien a la prole enferma de homosexualidad, etc., y que las autoridades locales —comunidades de vecinos y estructura básica del Partido Democrático de Guinea Ecuatorial—, estigmatizan y acosan a las familias por su parentesco con homosexuales. La intolerancia es tan intensa, explica la mayoría, que el objetivo consiste en forzar la mudanza de la familia cuando no del o la descendiente LGTBIQ+.

El arrepentimiento y las lamentaciones de no haber abortado el embarazo del descendiente homosexual constituyen un recurso frecuente de las madres como terapia de conversión psicológica, lamentan las personas transgénero. «A mi madre le culpa todo el mundo porque yo sea maricón, porque sea lesbiana. Incluso mi padre la culpa a ella», subrayan la mayoría de niñas, niños, hombres y mujeres transgénero.

En los grupos de discusión se concluyó que la discriminación social y de los poderes públicos que sufren las familias por haber reproducido una persona LGTBIQ+ incrementa la homofobia de estas hacia sus descendientes. «Si tú fueras normal esto no ocurriría. La homosexualidad es una moda de la modernidad, de las redes sociales y de los blancos. Tú puedes cambiar si te lo propones». Con esta reprimenda, reconoce el 65% de la muestra, se recrudece la violencia en el hogar porque «te hemos llevado a todos los sitios de curación de la homosexualidad y no pones de tu parte para ser normal y curarte de este virus contraído de otros homosexuales con los que frecuentas», reconoce el 30% como continuación de los castigos discursivos de las familias.

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